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A mí la legión (extranjera)

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15 ABR 2012  MANUEL ORTEGA

Es, con toda probabilidad, el cuerpo de élite más literario de la historia: la Legión Extranjera francesa

Su símbolo es un képi blanco, pero también una morcilla negra. Su gran aportación a la gastronomía fue la soupe. Honran como una auténtica reliquia la mano de madera de un capitán caído en combate en México.

 

El cafard, ese bilioso viento africano que convertía en guiñapos a los hombres y los empujaba a hacer locuras -desde la rebelión abierta a la deserción a través del desierto-, todavía no ha hecho mella en nosotros pese a que la entradilla pudiera advertir lo contrario. En realidad, el cafard es a la Legión lo que esta a la literatura de aventuras: consustancial.

En el imaginario colectivo queda la obra de Percival Christopher Wren, Beau Geste, en la que se relatan las vicisitudes de los tres hermanos Geste en el Cuerpo fundado por Luis Felipe de Orleans en marzo de 1831. La novela de Wren, publicada en 1924, estaba tan bien ambientada que aún hoy día se debate acerca de si su autor fue legionario.

Un asunto discutido, ya que algunos expertos mantienen que el británico se basó, para sus descripciones de la vida en la Legión, en la obra autobiográfica de Erwin Carlé, un vivales germanoamericano que en 1910 publicó las memorias de su servicio en el Cuerpo en Londres, tituladas In the Foreign Legion. Carlé, que escribió la obra terminado su contrato, tuvo que firmarla bajo el seudónimo de Edwin Rosen. En Alemania, su lugar de residencia, la Legión Extranjera estaba muy mal vista por las autoridades.

La vida legionaria descrita por Carlé-Rosen coincide bastante con la relatada en la novela de Wren. A algunos lectores de Beau Geste les llaman la atención los asuntos culinarios de la Legión: la soupe, el café y el vino. Tres cosas sin las que la Legión no habría sido la Legión. Tanto en la novela como en la obra de Carlé se describe el régimen de los legionarios de principios del siglo XX, que comenzaba cada mañana con uno de ellos repartiendo una generosa ración de café solo, a la que algunos añadían, de su propia cosecha, algún trozo de pan sobrante.

Un desayuno de lo más escueto y no muy equilibrado según las normas dietéticas actuales, pero suficiente para la época. Lo curioso es que, aún hoy, los instructores de la Legión se vanaglorian de señalarles a sus reclutas que durante el período de instrucción, tan solo café noir.

Marcha o muere

En cuanto al vino, su vinculación a la Legión entronca con la propia cultura francesa y con la de la tierra en que se aposentó su cuartel general, Argelia, dedicada en gran parte por los colonos a las viñas. Cada legionario recibía como ración diaria un cuarto de litro de vino tinto. El vino acabó convirtiéndose en algo tradicional, como atestigua una fotografía tomada a un legionario durante las operaciones en Indochina, a mediados de los años cincuenta del siglo pasado, en la que, en campaña, aparece tomando una ración de combate con la inevitable botella de vino al lado.

A tal extremo se llegó que la Intendencia francesa desarrolló el vinogel, un engendro con forma de gelatina que, mezclado con agua, producía algo similar al vino. Hoy día es la propia Legión la que produce vino. En una propiedad en Puyloubier, cerca de Marsella, la Institution des Invalides de la Légion Étrangère obtiene caldos que son vendidos para financiar proyectos de apoyo a los veteranos del Cuerpo.

¿Y en cuanto a la famosa soupe, que aún hoy sirve para denominar las horas del almuerzo y la cena? Esta consistía en un estofado de patatas, hortalizas y algo de carne al que se le solía añadir pan. El menú tampoco era variado: el legionario de principios del siglo XX recibía soupe para la comida y para la cena. Monótono pero más que suficiente para unos hombres que, en muchos casos, habían pasado hambre en su vida como civiles, y a los que se adiestraba para que, siguiendo el lema de “Marcha o muere”, pudiesen recorrer hasta cuarenta kilómetros diarios con un equipo completo a cuestas que podía llegar a pesar casi cincuenta kilos.

Otro asunto curioso, y menos conocido, es que uno de los iconos de la Legión Extranjera sea el boudin, una especie de morcilla negra que se consume en las grandes fiestas legionarias: el 30 de abril, cuando se conmemora Camerone, y el 25 de diciembre, Navidad. Este alimento da nombre también a la canción mítica de la Legión, Voilà le boudin! Al respecto, hay interpretaciones para todos los gustos: desde la que señala que así se llamaba a la tela de tienda que se enrollaba en la mochila a la que asegura que el boudin hace referencia al órgano sexual masculino.

Claro que mencionar a la Legión Extranjera y a un icono trae la imagen del képi blanco. Y, sin embargo, en un principio el képi no fue blanco, sino azul, e incluso en ciertos momentos, en el siglo XIX, verde. No obstante, esta prenda de cabeza se convirtió en parte de la estampa del legionario extranjero. Cubierto con una funda blanca y con el archiconocido -y práctico- invento del cubrenucas, el képi se mantuvo en operaciones hasta la guerra de Argelia, finalizada en 1962. Las imágenes del conflicto, finalizado en 1962, muestran a legionarios pertrechados con el képi en campaña.

No obstante, si hay un icono para la Legión, ese es Cameron. La fiesta, que se celebra cada último día de abril, conmemora la acción que tuvo lugar en 1863 en la localidad mexicana de Camarón, cuando la compañía del capitán Jean Danjou -integrante del contingente militar enviado a apoyar al emperador Maximiliano de Austria- hizo frente a fuerzas enemigas superiores en número. La unidad, que quedó mermada, se ganó el respeto del enemigo. Danjou, caído en combate, dejó algo que se conserva y venera como una reliquia por parte de la Legión Extranjera: su mano de madera. Son míticas las palabras del sargento Morzyrcki, encargado de zanjar las peticiones de rendición de un oficial contrario: “Váyanse a la mierda usted, sus mexicanos y su coronel”.

Marcha hacia el frente

La Legión Extranjera ha acogido hombres de todo tipo y condición. Si antes de la Segunda Guerra Mundial fue el hogar de republicanos españoles derrotados en la Guerra Civil, tras el conflicto finalizado en 1945 se transformó en el de numerosos excombatientes alemanes. La influencia de estos se dejó sentir incluso en el plano musical. Uno de los himnos legionarios de aquella época, la de los combates en Indochina, es La Légion marche vers le front, que toma la música -y parte de la letra, adecuada a la Legión- de un himno de las Waffen SS, SS marschiet in Feindesland.


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